jueves, 7 de enero de 2016

Calma?

El incendio que quema
todo aquello que fue;
el susurro que calmaba la voz,
la tormenta que amainaba,
el silencio,
que entre nosotros,
se escapó.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Contrarreloj.

Tengo diez minutos y he perdido uno en cambiar el estilo de letra. Creo que esto me define. En diez minutos tengo que contar que ya no puedo más. Que la montaña rusa me está volviendo a ganar. Que tengo muchos minutos en los que amo la vida, y tengo muchos otros en los que solo quiero abandonar. 
¿No se va a parar nunca? Necesito bajarme, mirarlo desde abajo y decidir que quiero volver a subirme (o no). Quiero recuperar la ilusión y volver a trabajar desde el principio como si no hubiese mañana (o no). 
Con el tiempo, con todo este tiempo, he aprendido a valorar mucho más los paréntesis en mi vida. Aprendí que trabajar puede ser muy gratificante, incluso bonito, pero cuando no sabes cómo hacerlo puede ser tu más absoluta perdición (aunque sea la perdición, siempre hay un paréntesis). Aún así, por bonito que sea, nunca fuiste capaz de trabajar sin parar, y ahora no eres menos, y te metiste en un paréntesis.
Y ahora, cuando se ha acabado ya el paréntesis, estoy otra vez arriba, dónde no puedo decidir si quiero mi ilusión. Y claro, volviendo a caer. Pero, en realidad, mi cuerpo está arriba y yo sigo dentro de mi paréntesis mental (o no).
PD: Se me acabó el tiempo y no pude ni siquiera releer. 

domingo, 29 de noviembre de 2015

Iba para ti.

Hace tiempo que vengo pensando que le debo cosas a mucha gente, que me siento en deuda con el mundo por todo lo que me dieron. Que nunca he sabido contestar a todo lo bueno que se me ofrece, ni aprovechar la mitad de oportunidades que se me brindan. Y sin embargo, hay algo en ti que me hace pensar que te debo demasiado, incluso más que al resto, para todo lo que te podría dar.
Estaba pensando en escribirte esto, a ti, pero al final decidí que me lo debo a mí mismo más que a ti, y que da igual, porque vas a pensar que no tiene sentido que lo sepas. Hace cosa de meses, no encontraba un porqué ni un como, no sabía donde estaba pero mucho menos sabía a donde quería ir. Me rio porque ahora estoy igual, bueno, es que nunca dejé de estar así (o de ser así), pero mientras que pasaba contigo por lo menos no me importaba. Nunca me dio igual el futuro, soy la persona más cuadriculada que existe y tiendo a peor, pero fuiste tú el que hacía que diese igual, eras esa felicidad que disfrutas sin saber que tienes la mejor de las mieles en la boca.
Fuiste lo menos planificado, el no de nunca, el jamás volverá a pasar y ahora eres el tropiézame otra vez. Fuiste todas esas veces que dije "no quiero volver a sentir así" y me convenciste de que valía la pena, o por lo menos, me hiciste sentir.
Hasta ti, siempre pensé que yo era un alma libre, y poco a poco me voy dando cuenta de que, como decía aquel verso, tengo el alma llena de cadenas. Y supongo no dejarán nunca de ser cadenas, pero son mías.
A lo que venía, tristemente, es a contarme que desde hace tiempo no me siento bien con mis cadenas. Siento que nunca fui capaz de transmitirles lo que sentía. Hay veces que esas cadenas también limitan, cuando te quieres mover demasiado. Te hacían sentir bien porque estabas cómodo, no lo habías notado: los grilletes no te aprietan hasta que no te empiezas a mover. Y entonces no sabes decirle tus cadenas que son molestas, que las quieres, que te hacen feliz, pero que necesitas también poder ser libre. Tener un mosquetón emocional, algo que te mantenga con tus cadenas, pero que te deje escaparte en el mayor imprevisto.
Las cadenas que siempre te levantaron ahora te coartan, y no sabes como decirlo. No sabes como decir que quieres ser sin cadenas, que quieres romper con tus cadenas y que algunas sigan contigo. Tomar la decisión de romper con lo que ellas dicen y que quieran seguir contigo. En fin, no seguir decepcionando y estar seguro que no te decepcionarás a ti mismo. 
A veces, hay alguien que rompe el eslabón, y te hace ver que hay más sentimientos libres, que los que puedes sentir atado, pero siempre vuelvo a la prisión. Me quedaría, una y otra vez, con esas ganas de ver Santiago amaneciendo.
Por cierto, ¿esto es una escala de prisiones?

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Escala de Ilusión.

Existen ciertas cosas que pasan con el tiempo. La grandeza, por ejemplo, es solo una cuestión de tiempo, al igual que la perfección. Sin embargo, hay ciertas actitudes que nos acompañarán toda la vida, quien es menos leal y quien más, quien trata de hacer más simple la vida de los demás y a quien le da igual todo aquello que no sea su culo.En lo que hoy me ocupa, me referiré a la ilusión. No tengo de todo claro si es en mí, que también soy temporal, o si lo es también en el resto del mundo, que este sentimiento sea dependiente del tiempo o no. Entiendo que desde el momento en el que te ilusionas por algo, al momento en que lo finalizas pueden pasar infinitas cosas, entre ellas, que no lo finalices. Y es entonces, justo cuando las cosas no tienen final, cuando te preguntas si alguna vez acabaste algún proyecto, sea de los que te ilusionaban o de los que te impusieron.
En algun momento empecé a ser consciente, quizá mejor dicho a inventarme para mi propio deleite, que la disciplina es absolutamente indispensable para alcanzar metas. Y justo en ese momento también empecé a dejar de ser yo mismo para ser mi disciplina, y para exigirle a los demás que también lo fuesen. No os equivoqueis, no le pedí nunca a nadie que siguiese su propia disciplina, siempre acabé pidiendo que se traguen la mía, mi forma de actuar y enfadándome cuando no la seguían.
Y ahora, casi un año después de estar en la más absoluta mierda disciplina, queriendo implantarme a mí mismo una disciplina que no me hacía en absoluto feliz, me doy cuenta de por qué lo hice. Alguien externo me había forzado a dar más de lo que da nadie. No es que nadie me dijese "tú tienes que dar más", sino que se me habían presentado actitudes como normales, "tú tienes que dar lo que todo el mundo", y se me había culpado por no ser así de normal, por no tener esa actitud.
Desde mi más profunda ignorancia, acepté. Acepté imponerme esa disciplina porque la entendía lógica, acepté ser como ellxs decían que eran los demás, porque entendía que debía gran parte de mí a quien me lo exigió. Y ahora qué? Digo ahora porque es ahora cuando me doy cuenta que eso no es lo normal. Que lo normal es sudar de esa disciplina, y yo ya la tengo dentro, tan dentro que igual no fue hace un año, si no que la obediencia lleva conmigo toda la vida. Es ahora, y no antes, cuando me doy cuenta de que la gente suda de "la disciplina" porque cada uno tiene la suya propia.
Es cierto: cada uno tiene, y debe tener, su disciplina. Y la disciplina no es más que mantener la ilusión. Cuanto uno tiene ilusión, se impone una forma de trabajar, de hacer las cosas y de ser. Claro que no se las impone, sino que le surgen. Le surgen las prioridades.
A mí me tenían que haber surgido todas esas cosas y en parte no las dejé surgir. Me las surgieron, y eso mató mi ilusión. La ilusión estaba marchita en aquel momento, era evidente, por el choque entre las expectativas y la realidad, que fue mucho más grande que nunca. Pero en lugar de rebrotar esa ilusión, o rematarla, dejé que alguien decidiese por mí, que decidiesen que yo tenía que tener esa ilusión.
La ilusión no se puede imponer, me explotó en la cara ese pensamiento. Que cuanto más la disciplinas más la matas, que cuanto más la matas menos alcanzas la perfección, y la grandeza.
PD: Tuve que pensarme mucho qué es la ilusión (¿Sentimiento?) y creo que eso define mejor que todo el texto lo que me pasa por la cabeza.
PD2: La perfección es temporal, y es una cuestión de percepción, no lo olvides. Al principio planteaste que llevaba tiempo alcanzar la perfección y ahora que la perfección es solo tempora.
PD3: Escribe más, aunque no te guste como queda, te sienta bien.

sábado, 23 de mayo de 2015

¿Yo?

Seguimos tropezando con la misma piedra. Aunque no la recordemos, ahí está. Siempre presente. Para recordarnos y volver, una y otra vez, que en el fondo, quizá no hemos cambiado tanto.
No sé si me acaba de sorprender para bien o para mal esto de seguir siendo exactamente el mismo. No recuerdo en qué momento decidí empezar con esto, pero ahora que lo veo, creo que en algún momento me sentí como ahora: como eso de no saber quién eres.
Me miro muchas veces en el espejo y no me reconozco. Resuena una y otra vez ese verso de Sharif que rezaba que siempre seríamos los mismos, que no cambiamos el mundo, pero él tampoco a nosotros; y sin embargo, pienso que todo esto no para de cambiarme. Mei, realmente nunca fuiste un tío con unos sentimientos sanos, no te engañes. Pero más allá de eso, creo que esto me está viniendo grande.
De verdad, es la soledad más agobiante que sentí nunca. Quizá antes me sentía solo porque sentía que realmente no tenía a nadie. Ahora sé que sí, que sé de gente, están ahí, y sin embargo, no vale. No sé qué es lo que busco, no sé que es lo que necesito.
Hace tiempo que no sonrío una semana. Hace tiempo que no dejo pasar el tiempo sin más. Hace tiempo que no soy capaz de dar nada por nadie. Hace tiempo que nadie me entusiasma. Hace tiempo que no quiero cambiar el mundo. Hace tiempo que no soy capaz de medir mis acciones. Hace tiempo que pasan cosas por mi vida que no soy capaz de entender. Hace tiempo que no me ilusiono. Hace tiempo que no tengo expectativas.
Y, sin embargo, no hace tiempo que quiero dejar la carrera. No hace tiempo que quiero depender de mi mismo. No hace tiempo que quiero cambiar. No hace tiempo que quiero dejar de ser yo, este yo.

Sabéis? A veces, todos los ídolos son de de barro. Y hay alguien por aquí, que no quiere ver que igual ser de barro no es tan malo, solo hay que acostumbrarse a estar siempre embarrado.

(La escala de sentimientos? Para otro día)